October 2017 in Byzantion nea hellás
La madre lejana de Odiseo
Resumen:
La figura de Anticlea en la Odisea tiene una presencia mucho menor en el poema homérico que en la Eneida. Sólo la conocemos por su sombra, que habla a Ulises en la rapsodia
XI. Y en la Odisea de Kazantzakis Anticlea tiene asimismo una mínima presencia. Con emoción la evoca Odiseo en un sueño en el que aparece la madre en los instantes de su agonía. Pero no habla; su hijo supone que diría ciertas palabras. Y casi al final de su peregrinaje, en la rapsodia XXIII, Odiseo evoca brevemente a su madre joven, cuando lo está amantando.
La madre lejana de Odiseo
Homero nos relata el largo viaje de Odiseo en busca de su tierra y de su hogar. Y Virgilio nos cuenta la dilatada peregrinación de Eneas en la búsqueda del nuevo asentamiento que para los troyanos han profetizado los dioses. Los estudiosos hablan de un cierto paralelismo entre las dos travesías por los mares. Como escribe Nicolás Cruz, de los 12 cantos de la Eneida, “los seis primeros narran el viaje, mientras que entre el libro VII y el XII se asiste a la llegada a Italia, a la guerra y al triunfo final de los troyanos. Visto desde este punto de vista, se ha sostenido que la Eneida contiene una Odisea (narración de viajes) en la primera parte y una Ilíada (narración de una guerra) en la segunda”1. Y efectivamente en una y en otra aparecen nuevos personajes y nuevas tierras; y en ambas, los peregrinos deben enfrentar diversas peripecias. Mientras navegan - canto III -Eneas y sus compañeros tienen que evitar a Caribdis y Escila, la misma de devora a seis compañeros de Odiseo2, que los acechan a la izquierda y a la derecha del estrecho que separa a Sicilia de Italia3.
Pero en varios aspectos, no hay paralelismo entre las peregrinaciones de Odiseo y de Eneas. El primero pierde a todos sus compañeros y llega sólo a Itaca; mientras que Eneas llega a la tierra buscada con su numeroso grupo de troyanos. Y el padre y la madre de los dos héroes tienen presencia bien distinta en los poemas.
La madre de Eneas es la diosa Afrodita, quien ya en la Ilíada interviene por su hijo en la lucha ante Troya. Y en la Eneida, tiene activa presencia. La presencia del padre, Anquises, no es tampoco reducida. Actúa mientras vive y aún después de muerto. En el canto V, su sombra da amplios consejos a Eneas; y en el canto VI, en los Campos Elíseos, su sombra traza para Eneas una amplia anticipación del futuro de la historia de Roma4.
Laertes tiene una discreta presencia en la Odisea. En el transcurso del poema, hay breves referencias a él por parte de otros personajes. Sólo en la última rapsodia, lo vemos en la emocionante escena del reconocimiento con Odiseo. A la madre de Ulises la conocemos ya muerta. O, mejor dicho, conocemos su sombra en la rapsodia XI, cuando su hijo la encuentra en el mundo de los que han dejado de vivir. Allí se entera Odiseo de que su madre ha muerto por el dolor de su larga ausencia5.
Hay una diferencia en el destino de ambos héroes con posterioridad a los poemas que los inmortalizaron. Eneas llegó al lugar donde siglos después se levantaría Roma. No vuelve a dejar la tierra itálica en algún nuevo gran poemas. Odiseo llegó a Itaca, pero volvió a salir en un viaje extensísimo que va surgiendo de la pluma de otro poeta griego. Su nuevo viaje, continuación del antiguo, está narrado a través de 33.333 versos, que casi triplican el relato homérico.
En este nuevo viaje van apareciendo innumerables personajes, algunos dentro de cantos o de sueños. Y no son pocos los momentos de intensa emoción del rudo peregrino o de algunos de aquellos con los que se cruza, con los que conversa o discute o con los cuales interactúa a en todas las “etapas activas” de su caminar. Hay personajes que enternecen a ese hombre que ha sabido ser despiadado en Esparta y en Creta; que ha luchado como revolucionario en Egipto; y que se ha impuesto más tarde un duro ascetismo. Y en esos momentos en que aflora la emoción y la ternura en el incansable buscador, acaso los más hermosos sean aquellos que recuerdan a dos personajes que en la nueva Odisea no viven ya; y otro que viene a morir en el poema contemporáneo. Uno de ellos tampoco vivía ya en el poema homérico - su madre; otro murió al retorno de Ulises - su perro Argos; el tercero, su padre, Laertes, tiene en la nueva Odisea la muerte que no tuvo en Homero.
De la muerte de su madre Anticlea se impone Odiseo al ver su sombra, cuando le es dado descender al mundo de los muertos, en la rapsodia XI del poema homérico. No sabemos cuánto tiempo había vivido después de la partida de su hijo. Posiblemente murió después de saber que Troya había caído y que los principales guerreros habían regresado. Argos, el perro de Odiseo, inmortalizado en breves versos por el poeta, muere al volver su amo. En la nueva Odisea, el fiel animal, su cadáver redivivo - había muerto “hacía miles de años” - tiene una breve figuración. También es muy breve la de Anticlea. Y en ambos casos, creemos que la poesía de Kazantzakis, la inagotable poesía de la Odisea, alcanza momentos de elevada y emocionante belleza. Y en los dos pasajes, hay contraste entre la tan compleja personalidad de Odiseo, la dureza inflexible de su larga lucha y su interminable búsqueda, y la tierna emoción unida al recuerdo de esos dos seres humildes, humildes en ambos poemas, el homérico y el moderno.
En Homero, tenemos un indicio de que la madre del héroe no está en vida, cuando en la morada de Hades, el alma de Elpenor, aquel compañero de Ulises, el menor, que murió y quedó insepulto en el país de Circe, le ruega dé sepultura a sus cenizas: “Te suplico en nombre de los que se quedaron en tu casa y no están presentes - de tu esposa, de tu padre que te crió cuando eras niño, y de Telémaco, el único vástago que dejaste en el palacio. No menciona a la madre”6. En el mismo territorio sombrío del dios Hades, vendrá enseguida a enterarse Odiseo de la muerte de su madre. Pero antes de recordar la hermosa y conmovedora escena del encuentro de ella y su hijo, examinemos las dos menciones que de Anticlea hallamos hacia el final de la historia de Ulises, cuando éste ya ha regresado a Itaca.
Odiseo, en apariencia de forastero indigente y presentándose como ex combatiente de Troya, es acogido por el porquerizo Eumeo, y, sin ser reconocido, le pregunta por la familia de su presunto compañero de armas. No se da por enterado de que madre ha muerto, como lo comprobó en su bajada a los dominios de Hades. Interroga así al mayoral de los pastores: “¿Dime si la madre del divinal Odiseo y su padre, a quien al partir dejó en el umbral de la vejez, viven aún y gozan de los rayos del sol o han muerto y se hallan en la mansión de Hades?”. Entonces, escuchamos ahora de labios del fiel siervo, lo que Ulises oyó decir a la sombra de su madre: “Laertes vive aún y en su morada ruega continuamente a Zeus que el alma se le separe de los miembros; porque padece de grandísimo dolor por la ausencia de su hijo y por el fallecimiento de su legítima y prudente esposa, que le llenó de tristeza y le ha anticipado la senectud. Ella tuvo deplorable muerte por el pesar que sentía por su glorioso hijo”. Y hay aquí un breve y buen recuerdo de aquella mujer: “Mientras vivió, aunque apenada, holgaba yo de preguntarle y consultarle muchas cosas [...]. Al llegar Eumeo a la pubertad, y después de haberse criado con la hija menor de Anticlea, “a mí púsome un manto y una túnica, vestidos muy hermosos, diome con qué calzar los pies y aun me quiso más en su corazón. Ahora me falta su amparo, pero las bienaventuradas deidades prosperan la obra en que me ocupo [...]. Pero no me es posible oír al presente las dulces palabras de mi dueña ni lograr de ella ninguna merced”7.
Cuando Odiseo, sin haberse dado a conocer, le cuenta a Laertes que conoció a su hijo y lo hospedó, éste, “con los ojos anegados de lágrimas”, le pregunta cuántos años hace que tuvo lugar ese encuentro. Entonces, menciona, sin nombrarla a su esposa Anticlea: “¿Cuántos años ha que acogiste a ese tu infeliz huésped, mi hijo infortunado, si todo no ha sido un sueño? Alejado de sus amigos y de su patria tierra, o se lo comieron los peces en el ponto, o fue pasto, en el continente, de las fieras y de las aves; y ni su madre lo amortajó, llorándolo conmigo, que lo engendramos; ni su rica mujer, la discreta Penélope, gimió sobre el lecho fúnebre de su marido, como era justo, ni le cerró los ojos; que tales son las honras debidas a los muertos”8.
Tales son las breves menciones de la madre de Ulises en el poema, aparte de su aparición en la rapsodia XI. Al penetrar en la región de los muertos, primero viene donde Odiseo el alma de Elpenor y en segundo lugar la sombra de Anticlea, a quien hasta ese momento creía viva. Llora Ulises y se le “inunda el pecho de dolor”, pero, a pesar de su aflicción, le impide llegar a beber la sangre que la reanimaría, pues debe hablar primero con el alma del adivino Tiresias:
Es conmovedora esta escena. Odiseo sabe ahora que su madre está muerta y llora al ver a su alma. Ésta a su vez observa quizás la conversación de su hijo con Tiresias, se queda en silencio junto a la sangre. Por eso, al terminar de hablar con el adivino, Ulises le pregunta cómo podrá reconocerlo Anticlea: “¡Tiresias...! Veo el alma de mi difunta madre, que está silenciosa junto a la sangre, sin que se atreva a mirar de frente a su hijo ni a dirigirle la voz. Dime, oh rey, ¿cómo podrá reconocerme?” Tiresias le dice que las almas que se acerquen a la sangre le hablarán y le darán noticias. Anticlea viene a tomar sangre y notando al punto a su hijo, le habla “llena de lástima”:
Sigue la pregunta de Anticlea acerca del itinerario de su hijo hasta llegar a los dominios de Hades y la respuesta de Odiseo, quien explica que todavía no ha podido volver a su tierra, de la que un día se alejó “con dolor”. Pero enseguida, es él quien interroga a su madre:
Anticlea da a Odiseo información sobre su esposa y su hijo, sin aludir a la conducta de los pretendientes. Penélope lo esperan y Telémaco gobierna su hacienda tranquilo. Sólo las noticias sobre Laertes son tristes. Detalla la madre la situación del anciano, que “se está en el campo”, “con su pena”, mientras “su angustia se acrece”, añorando a su hijo. Luego, Anticlea habla de su muerte, causada por la pena que la ausencia del hijo, “luz” de su alma, le causaba. Esta última parte de la escena está empapada de tristeza ante la terrible realidad de la muerte:
Entonces Odiseo trata de abrazar a su madre, avanzando tres veces hacia ella, pero no puede, pues ella “a manera de ensueño o de sombra” se escapa de sus brazos. Con “agudo dolor”, le pregunta por qué no puede echarle los brazos para que ambos puedan saciarse “de los rudos sollozos”. Anticlea le explica que los difuntos son sólo una especie de sombra. Y lo exhorta a volver sin demora al mundo de la luz, de los vivientes.
Después de las últimas palabras de Anticlea que escuchamos (leemos), pasarán cerca de tres mil años hasta que la voz de la madre de Ulises reaparezca, en la misma lengua griega (evolucionada, sin duda), en otro poema dedicado al peregrinar de su hijo. Allá Odiseo sólo vio a la sombra de su madre muerta. Aquí sólo la ve en un sueño. En efecto, en medio del interminable andar de Ulises, en la Odisea de Kazantzakis, aparece la madre en un sueño. En el breve espacio de 44 versos - de los más de 30 mil del poema -, en el espacio de las palabras de Odiseo, que narra un sueño, en la cercanía de su muerte en los hielos antárticos, nos sumergimos en un clima de dolorida emoción, que nos recuerda el encuentro de hijo y madre en la morada de Hades, allá en el tiempo de Homero.
No oiremos la voz de Anticlea, aunque en un momento el propio Ulises en su hablar ponga palabras en labios de su madre. En el sueño, Ulises asiste a la agonía de su madre, a la que en el poema homérico no pudo acompañar en esa hora triste, pues se batía ante los muros de Troya o luchaba para escapar de los peligros que la animadversión de Poseidón ponía en su marítima senda. Ahora, en el fluir del tiempo incalculable de la nueva Odisea, el rudo lobo de mar “de múltiple ingenio”, ahora solitario y anciano asceta, después de haber vivido revoluciones y múltiples peripecias; habiendo dejado atrás los confines meridionales de África y realizado su penúltima navegación, ahora hacia los hielos antárticos, Odiseo, en la aldea polar donde encontrará luego a los últimos seres humanos, sueña con su madre.
Revive aquí el hijo dolorido de la undécima rapsodia homérica. Quedan a un lado la ferocidad y las inclemencias que más de una vez ha demostrado en su caminar. Nos acercamos a un hombre transido de dolor, pleno de viva ternura para con la madre que agoniza. Cuando él recuerda “la santa sonrisa melancólica” de Anticlea, nosotros recordamos los momentos en que Odiseo, al morir Laertes (en la nueva Odisea), contempla emocionado el “rostro santificado” de su anciano progenitor y procede con unción a darle sepultura13.
Ahora, en la soledad de la isla de hielo, que es su última estación antes de irse a encontrar con la muerte, Odiseo, en el sueño, se traslada “al palacio venerando de su padre”, y se ve junto al lecho de su madre que agoniza, pálida como la cera. Le sostiene la mano y siente cómo la va abandonando la vida. El hijo, pálido también por el dolor, la besa y le habla, tratando de convencerla de que ella sólo está soñando; que todo pasará; que el mal sueño terminará en alegría, pues su nuera la noche anterior ha sentido un golpe en el vientre, así que vendrá en la mañana a anunciarle la feliz nueva de que dentro de poco podrá acariciar a su nieto. Vendrá el amanecer, ella despertará, llamará a todos para contarles el sueño; soñar con muerte es matrimonio, en buena hora. Pero la madre no responde, y el hijo asiste, impotente, al avance de los tentáculos de Caronte, “el gran octópodo”, hacia el corazón de la mujer.
La única y última vez que escuchamos (o leímos) la voz de Anticlea fue durante la estancia de Ulises en el Hades, en la antigua Odisea. Ahora, dentro del sueño del peregrino, la vemos en un momento anterior a aquél, pese a que han transcurrido al menos tres mil años. Y también dentro del sueño, escuchamos (leemos) las palabras que el hijo imagina que diría su madre a la mañana siguiente, si su agonía sólo fuera un mal sueño. Y si en realidad (dentro del sueño), todo hubiera sido un sueño, ella habría recordado que Odiseo había estado tratando de reconfortarla: “Pero aquí está mi buen hijo que siempre me consolaba”.
Entonces leamos este bello pasaje, en donde vibra un hondo sentimiento de amor y piedad filial. Acaso por esto, han desaparecido las tan abundantes imágenes y símiles del poema kazantzakiano. Sólo una imagen y un símil hallamos aquí. El cuerpo, ya pesado, de la madre recibe la alegre nueva que le da el hijo “igual que recibe nuestra madre tierra la llovizna ligera”. Y la imagen de Caronte en la forma de un pulpo, cuyos tentáculos van atrapando poco a poco los miembros de la moribunda, se añade a las múltiples figuras que adopta la muerte en el poema15.
Odiseo recuerda una vez a su madre. Se trata de un “acordarse imaginativamente”, si así pudiera decirse, de hechos y personas que existieron antes de la propia existencia. La imaginación casi inagotable de Odiseo y del poeta nos trae a esa lejana madre, reviviéndola brevemente en tiempos anteriores a aquellos, ya muerta, en que aparece en el poema homérico.
En la última navegación, en el barco en forma de ataúd que construyó en la costa sur de África, en un momento estallan los recuerdos en la mente de Odiseo, y en un retroceder hacia sus ascendientes, recuerda a su madre, muy joven, virgen todavía. Se recuerda de sí mismo primero como niño pequeño, como infante, y después en los “riñones” de su padre, antes de que éste despose a la que será su madre. Y ella imagina al que será su hijo, antes de concebirlo.
La madre borda presintiendo la vocación marina de su futuro hijo, como bordará Penélope las peripecias de su esposo en el mar, en esta Odisea nueva.
Enseguida, el moribundo asceta recuerda su nacimiento en una playa de Itaca, cómo se agitaba en el vientre materno, cómo se tranquilizó allí dentro, al escuchar el canto de un marinero que pasaba en su barca; cómo nació y cayó a la arena y se oyeron sus primeros llantos:
Resumen:
La madre lejana de Odiseo